HAYA
diciembre 6th, 2005Estreno mi cámara de fotos.
Es otoño y este árbol, la haya, estaba ahí, bello, ocre y maravilloso.
Es el Parc Nou de Olot, en Girona, Catalunya.
Estreno mi cámara de fotos.
Es otoño y este árbol, la haya, estaba ahí, bello, ocre y maravilloso.
Es el Parc Nou de Olot, en Girona, Catalunya.
Julia Margaret Cameron nació en Calcuta en 1815, y fue una entre nueve hermanas.
Su familia se muda a Europa para atender la educación de las niñas y cuando Julia cumple los 20 años se mudan a Cabo de Buena Esperanza.
Es allí donde conoce a Charles Hay Cameron con quien se casa en 1838 y se dedica a cumplir el rol de esposa y madre. Cuando Charles se retira de sus actividades en 1848, se van a vivir a Londres donde Julia se relaciona con la comunidad de artistas conocida como la comunidad de Kensington (el poeta Henry Taylor, el pintor Watts, el poeta Tennyson).
Hasta aquí todo normal y tranquilo en la previsible vida de Julia: recetas de cocina y jardinería, reuniones sociales con temáticas culturales. Pero el día que cumple los 48 años recibe el regalo que cambiará su cabeza y su vida y que encauzará su pasión artística: una cámara fotográfica, obsequiada por una de sus hijas.
Si bien a Julia Margaret le gustaban las artes y se relacionaba con pintores y escritores apenas si se había permitido escribir unos poemas y algunas páginas de un diario íntimo. Pero ese cajón entre sus manos, ese artefacto pesado y misterioso cuyo manejo desconocía por completo, despertó en ella una fascinación nueva. Convirtió una carbonera de la casa en un improvisado laboratorio y un cuarto de niños en su estudio.
Fue así, que por casualidad la madura señora victoriana se descubrió a sí misma como artista creadora y se convirtió rápidamente en una “maestra temprana de la fotografía” como la reconoce Susan Sontag. En menos de un año está presentando algunos trabajos a sus amigos y es nombrada miembro de la Sociedad Fotográfica de Londres.
Sin moverse de su hogar, ella realizó los que hoy son considerados por exigentes críticos como los retratos de mayor relieve y originalidad de las historia de las artes plásticas en general.
Lo soprendente es que Julia casi desde el principio se dio cuenta de que se iba a convertir en una artista. Y siempre le interesó más experimentar y capturar la esencia de los temas que elegía antes que dominar la técnica a la perfección.
Se atrevió a jugar con luces y sombras, a exigir a sus modelos femeninos una expresión aparentemente de estatuas pero que sin embargo se muestran cargadas de enigmas.
Trabajó con el foco de manera flexible, desoyendo los dictados de la moda y saliéndose de una definición nítida.
Las fotografías de Julia muestran el arte de una mujer inmersa en el universo victoriano misógino y represivo, educada en forma convencional, pero que el encontrar su camino artísitico en la madurez, intuitivamente se va alejando de los modelos en vigencia y revela otra cara: introspectiva, contemplativa, secreta de lo femenino. Sin duda es en los retratos despojados donde mejor se evidencia la originalidad de Julia, pero aun en sus puestas en escena mitológicas o literarias, muy posadas y con algún elemento de decorado, jamás cae en el barroco kitsch de algunos pintores de la época.
Sus modelos fueron casi todas mujeres de su conocimiento, amigas, criadas, familiares a las que utilizó casi siempre para representar personajes, obligándoles en muchos casos a posar largos períodos de tiempo debido a sus investigaciones con la luz y las placas. En cambio cuando fotografió a algunos varones ilustres (Darwin, Tennyson o Watts por ejemplo) los dejó posar con el personaje propio de la vida real.
Entre sus modelos femeninas figuró la ya crecida Alice Lindell, la inspiradora de Alicia en el País de las Maravillas (que había sido fotografiada de niña por el propio Carroll). Pero la más famosa de sus modelos a través de los años fue Julia Jackson, una mujer famosa por su belleza y muy talentosa que se casó por segunda vez con Sir Leslie Stephen con quien tuvo cuatro hijos, entre ellos una niña que años más tarde sería conocida como Virginia Woolf.
Trabajó con su arte durante doce años, hasta su muerte a los 60. Siempre fue consciente de su valor como artista y en cartas escritas por ella misma se puede leer: “aspiro a ennoblecer la fotografía y garantizarle el carácter y los logros de las artes mayores”.
Falleció en Ceylán, en 1879.
El obelisco de Buenos Aires, símbolo del paisaje urbano de la ciudad (y símbolo fálico si los hay…), amaneció hoy forrado con un gigantesco condón rosado, de 67 metros, con motivo de la conmemoración del Día Internacional de la Lucha Contra el Sida. Una excelente idea.
(Foto publicada hoy en el diario El Mercurio de Chile. Gracias Luisa!!!)
Afiche diseñado por el Viceministerio de la Mujer de Bolivia.
Gracias Maite!