Me gustan las palabras, mucho. Me gusta saber cómo llegaron a significar lo que significan. Me gustan los juegos que permiten y los dobles significados.
Por eso cuando hoy leí sobre la palabra «dicha» lo quise compartir.
Curiosamente, para hablar de la «dicha» hay que hablar de las Moiras (o de las Parcas de los romanos o las Nornas de los nórdicos)
Aquellas tres hijas de Zeus y Temis, según algunos, o hijas de la Noche, según otros, son las responsables de regir el destino de las personas.
El destino, representado por un hilo que la primera, Cloto – la hilandera, la más joven- hila desde su rueca hasta su huso, para que más tarde la segunda, Láquesis -«la que echa a suertes»- lo mida con su vara hasta que la tercera, Átropos, -la inexorable, la más vieja- corta cuando llega al término de la vida que aquel hilo representa; ella escogía la forma en la que moría cada persona, y cuando su tiempo llegaba cortaba su hebra con sus afiladas tijeras.
A ellas no se les puede rogar ni pedir, pues viven en una caverna en el centro del cosmos y de la noche, y no escuchan las plegarias humanas. Simplemente actúan y hacen lo que deben hacer.
Pero resulta que las Moiras también están identificadas con las hadas.
Y quién no recuerda el poder de la palabra de aquellas hadas cuando nació la Bella Durmiente, derramando sobre ella los máximos dones que una princesa debería tener («serás la más bella, serás la más talentosa, serás la más…»)
Así llegamos a la relación entre el verbo decir y la felicidad: nos cuenta el artículo que los romanos creían que la felicidad dependía de las palabras que los dioses (o las parcas o las hadas…) pronunciaban en el momento del nacimiento de una criatura, de modo tal que su destino quedaba trazado en… «la cosa dicha».
(Buscando información sobre este tema, me vinieron muchas ganas de hablar de La Bella Durmiente… pero eso queda para otro día.)
Fuentes: Tejiendo el mundo
Diccionario de mitología griega y romana, Pierre Grimal.