Les dejo unos textos maravillosos para que huelan mientras leen…
«(…) Porque el aire llevaba un perfume a vainilla, y a canela, a tierra mojada, a café recién hecho, a polvo volando en un rayo de sol, que filtraba la contraventana, a castaña asada, a perro mimoso, a orines de bebé, a té de pétalos de rosa, a piel de los brazos en día de calor, a hoja de libro viejo; un aroma bien característico, que no se parecía a nada. Y tensó todos los músculos de su cuerpo Hélène, como gata resabiada que era, porque en ese mismo momento supo que alguien intentaba deshilarle la trama del destino e invertir el camino que ella había preparado cuidadosamente para sí, y, un poco menso resuelta que de costumbre, sensitiva, atenta a las partículas que permanecían suspendidas en el aire, se marchó andando a paso lento hacia su casa (…)»
«(…) Y la casa de Hélène, pequeña, sin ornatos, olía a limón y a tomillo, a menta, a pimienta verde, a mejorana, olía a agua de lluvia, a suspiro, a eucalipto, a sésamo, a tilo, a membrillo, a penas pasajeras que pueden ser consoladas, a llovizna, a música, a serpol, a rosal silvestre, a nostalgia, a luto por una niña en el recuerdo, a melisa, a hinojo, a eneldo, a risas que salen del vientre, a cuidados, a puchero de sustancia, a estragón, a acedera, a perejil, a libro viejo, a libro nuevo, a tinta, a fresa silvestre, a regaliz, a falso espino, a piel bien satisfecha. bien acariciada y bien lamida, a ortiga, a gatuña, a trébol, a tantas y tantas cosas olía que ya no se podían nombrar, a pimpinela, a llantén, que ni nombres tantos había, a prímula, a salvia, a capuchina, a hierbabuena, para explicar, a hierba luisa, a alguien que nunca hubiese entrado, a siempreviva, a carricera, cómo olía la casa de Hélène. Que desprendía una fragancia dulce que desertaba los sentidos, a acanto, a clavelina, y los elevaba hasta el grado máximo del placer, a canela, a milenrama, a comino, y una no podía dejar de sumergirse en el aroma, a saúco, a malva real, a hierba de San Guillermo, y quedaba prendida de cierto éxtasis, a coriandro, a trigo sarraceno, de una sensación salvaje, a hinojo, que se parecía mucho a la muerte…, a grosella, a arraclán, a endrino, pero una vez iniciado el acto, a pajarita, a levístico, el acto de oler, claro… ¿en qué estaría ella pensando?, a caléndula, a borraja, a artemisa, no se podía sino continuar, a arándano, a muérdago, a verbena, y sobre todo a frambuesa, hasta el fin… y buuuuuff!! ¡Qué bien quedaba el cuerpo después de entrar en ese aroma de la casa de Hélène!(…)»
(De Hierba mora de Teresa Moure)