ANAÏS NIN

febrero 17th, 2006

Anais Nin, fotografía: Mario Grut

No pretendo contar la vida de Anaïs Nin. Ella escribió cientos de diarios para intentar contar parte de ella (comenzó a escribirlos a los trece años y no se detuvo hasta su muerte -se publicaron en ocho volúmenes), y no seré yo quien la reduzca a unas pocas líneas.
Sólo contarles que nació en Francia en 1903 y murió en 1977. Que vivió la mayor parte de su vida en New York. Que, según Henry Miller, había descubierto una literatura femenina y sería la única mujer capacitada para romper con la escritura tradicionalmente patriarcal. Sin embargo, es la opinión de un hombre…

Lo mejor es leerla a ella contándose a sí misma:

“Yo soy todas las mujeres de mis novelas, pero además soy otra mujer que no aparece en ellas. He tenido que escribir. He tenido que escribir sesenta volúmenes de mi diario, hasta este momento, para poder contar algo en mi vida. Al igual que Oscar Wilde, en mi obra sólo puedo volcar mi arte, y en mi vida, mi genio. Mi vida es imposible contarla. Cambio con el transcurso de los días, cambian mis designios, mis conceptos, mis interpretaciones. Soy una serie de estados de ánimo y de sensaciones. Interpreto un millar de papeles. Y lloro cuando descubro que otros los interpretan por mí. Desconozco mi yo verdadero. Mi obra es meramente un extracto de esa vasta y profunda aventura. Creo un mito y una leyenda, una mentira, un cuento de hadas, un mundo mágico, y al propio tiempo creo otro universo que se desmorona diariamente y me hace que me sienta como si siguiese los pasos de Virginia Woolf. He intentado no ser neurótica ni romántica ni destructiva sino, quizá, todas y cada una de esas cosas disfrazadas.

Anais Nin

Es imposible que me hagan un retrato a causa de mi movilidad. No soy fotogénica a causa de mi movilidad. La paz, la serenidad y la integración son algo desconocido para mí. Mi clima habitual es la ansiedad. Escribo del mismo modo que respiro, de una manera natural, fluida, espontánea, bajo el impulso de un aluvión que me desborda, pero no como un sustituto de la vida. Me interesan más los seres humanos que la literatura; tengo más interés en hacer el amor que en escribir; me interesa más vivir que emborronar papeles. Me interesa más llegar a ser una obra de arte que crearla. Soy más interesante que lo que escribo. En relación con las demás cosas, yo estoy mejor dotada. No confío en mí misma y, en cambio, tengo una gran confianza en los demás. El amor me es más necesario que los alimentos. Incurro en deslices y errores, y a menudo desearía estar muerta. Al salir del fuego es probablemente cuando adquiero una apariencia más diáfana. Siempre penetro en el fuego y, al salir de él, estoy mucho más viva. (…)

Escribí, viví y amé como Don Quijote, y el día de mi muerte diré: “Disculpadme, todo fue un sueño”. Y entonces, ojalá encuentre a alguien que me replique: “No lo creas; todo fue verdadero, absolutamente verdadero”.

(En “Introducción” de AFRODISIACO, textos eróticos de Anaïs Nin, con ilustraciones de John Boyce, publicado por Aymá Editora en 1979. Traducción de Jordi Arbonès)

QUIZÁ

febrero 10th, 2006

Sam Shepard por Susan Johann
Foto: Susan Johann

«Quizá tendría que encender un fuego. ¿Te gustaría? Encenderé el fuego.

Quizá tendría que romper en pedacitos pequeños el periódico dominical y hacer un esfuerzo por no entretenerme leyendo los anuncios.

Quizá tendría que terminar del todo el agujero que estaba cavando en el huerto de atrás.

Quizá tendría que tomarme una taza de té y tomar Vitamina C. ¿Quieres una taza de té?

Quizá tendría que dar simplemente un paseo sin rumbo.

Quizá tendría que quedarme en un sitio y no moverme de allí y dejar de inventarme motivos para irme.
Quizá podríamos tener tú y yo una conversación. ¿Te gustaría conversar?»

Sam Shepard
14/01/80
Homestead Valley, California

Además de buen actor y de estar buenísimo, Sam Shepard escribe así.

JUANA AZURDUY

febrero 5th, 2006

Juana Azurduy

Nació en las cercanías de Chuquisaca (en el entonces Virreinato del Río de La Plata) el 12 de julio de 1780. Sus padres fueron un hombre de dudoso linaje español y una madre indígena. Es en Toroca donde Juana aprende, junto a su padre, a andar a caballo y a amar la vida libre del campo.
Varios traslados pueblan su infancia y su adolescencia. A los siete años queda huérfana, en poco tiempo, de madre y padre, de modo que ella y su hermana Rosalía, quedan a cargo de una tía paterna, Petrona Azurduy, con quien tiene una muy mala relación y quien intenta en vano mantener a esas niñas cerca de bordados y costuras. La tiranía de la quietud y la falta de movimiento comienzan a oprimir el carácter de Juana que, poco a poco, deja de hablar.

Es por eso que a los 17 años deciden internarla en el Monasterio de Santa Teresa con el fin de domar la tentación de una vida aventurera con las que sueña Juana. Sin embargo, el silencio, la limpieza y la disciplina, los rezos y oraciones matinales no logran evitar que Juana cuestione la utilidad de la vida en el claustro y opine sobre el apoyo de la Iglesia a los poderosos, por lo que su estancia allí no llega a completar un año. Vuelve a casa con su espíritu más exaltado y espera y se prepara para la llegada de algún suceso extraordinario que la saque de la monotonía del refugio y la acompañe a vivir la vida verdadera.
En el cantón de Toroca o en Río Chico, Juana vuelve a entrar en contacto con los indios. Recupera el quechua de la infancia y aprende el aymará. Trabaja en el campo, en las tareas de la casa, y de vez en cuando visita a Eufemia Gallardo, la madre del que será su esposo, Manuel Padilla.

Allí escuchará los relatos de Manuel Padilla, los cuales ejercerán una enorme influencia sobre su formación. Juana tiene 25 años y Manuel 30 cuando se casan. Estamos en 1805 y Padilla ya está participando de grupos que, influidos por la ilustración francesa, planean la revolución. El 25 de mayo de 1809 una agitación popular en Chuquisaca destituye al virrey.

Ha comenzado a escribirse la historia nómade de los amantes guerreros. Tenía cuatro hijos que llevaba consigo en las batallas en las que participaba junto a Manuel.

Veamos esta situación: es el mes de marzo de 1814. Juana y Manuel han vencido a los realistas en varias batallas y esperan el contrataque. Las tropas revolucionarias deben dividirse: Manuel se encamina hacia La Laguna y Juana se interna con sus cuatro hijos pequeños y un grupo de guerrilleros en un refugio cercano al río, en el valle de Segura, provincia de Tomina. A Juana le han dicho que Padilla está en peligro. Sale en su auxilio pero debe volver pronto: los españoles avanzan hacia el valle de Segura donde han quedado sus niños.

Llegamos al momento más crucial, a la batalla más cruel y más dolorosa. Juana se interna con sus cuatro hijos en el monte desconocido. No hay alimentos, no hay más adultos que ella: sus soldados escoltas han huido asustados. No hay caminos conocidos; no hay refugio posible a los vientos y a la plaga de insectos que llenan de pestes el cuerpo de sus pequeños. Hay una suerte de hueco, un gris vacío en esta zona de la vida de Juana. Porque es aquí donde se enferman cada uno de sus cuatro hijos, donde mueren Manuel y Mariano, antes de que Padilla y un indio amigo lleguen en auxilio de la madre guerrera. De vuelta en el refugio del valle de Segura mueren Juliana y Mercedes, las dos hijas, de fiebre palúdica y disentería.
Pero, como algunos pensaron, tanta muerte insoportable trae la vida: Juana está nuevamente embarazada cuando combate el 2 de agosto de 1814 con Padilla y su tropa, en el cerro de Carretas.

Juana da a luz a Luisa Padilla junto al Río Grande cuando está comenzando el ataque realista. Los hombres que la custodiaban presumieron que su jefa estaba débil y que era el mejor momento para arrebatarle el botín de guerra con el que cuentan las tropas revolucionarias y que Juana custodiaba con celoso fervor. Además, la cabeza de Juana tenía precio, 10.000 pesos en plata.
Los traidores al mando de Loayza complotan y arremeten contra la teniente coronela, que se alza frente a ellos con su hija en brazos y la espada obsequiada por el General Belgrano, tendida hacia adelante en ademán de ataque. Algunos cuentan que ordenó el ataque en quechua a su tropa de indios amigos. Otros dicen que ella misma, con su espada, le arrancó la cabeza a Loayza de un solo sablazo de derecha. Juana monta a caballo con la pequeña Luisa en brazos y, juntas, se zambullen en el río. Logran llegar con vida a la otra orilla.

Juana atacando a Loayza

Hay una cuestión que perturba mucho a los biógrafos de Juana; su maternidad. No encuentran el modo de conjugar en su biografía las dos experiencias más fervientes para Juana y que ella decidió vivir conjuntamente: ser madre y ser guerrera. Para que esta mujer pueda seguir siendo extraordinaria parece volverse necesario separar la paja del trigo: la maternidad de Juana no debe mencionarse. Es por todo esto que episodios como la muerte de sus cuatro hijos y el nacimiento de Luisa son los que suelen quedar fuera de la historiografía oficial.

Restan todavía algunos desprendimientos y varias pérdidas: la hija recién nacida que se queda a cargo de una india que la cuidará durante el resto de los años en que su madre continúe luchando por la independencia americana. La terrible muerte de su esposo y las travesías para rescatar su cabeza, incrustada por el enemigo en una pica, en la plaza pública. Restan los esfuerzos de Juana por reorganizar una tropa sin recursos, que ha perdido toda colaboración de los porteños. Tras la muerte de su esposo, Juana combate en el norte argentino junto a las tropas de Guemes. Tras la muerte de Guemes, sin más combate y sin recursos para volver a la patria, Juana escribe a las Juntas provinciales una carta impresionante desde Formosa reclamando ayuda para volver a su tierra. El gobierno salteño se conduele y le da cuatro mulas u cincuenta pesos.

Regresa a la recién estrenada Bolivia. Juana disfruta de sueño realizado y vive unos pocos años junto a Luisa, quien se alejará después tras su matrimonio.
En sus largos últimos años de miseria, en una pieza de un conventillo, se cuenta que Juana no hablaba, aunque había tomado en guarda a su sobrino Indalesio.
Después de haber ganado 33 batallas liderando su ejército de leales, después de haber sido reconocida por Bolívar y concederle una pensión que a los dos años es ignorada, Juana muere a los 82 años el 25 de mayo de 1862 en Chuquisaca. La fecha no la ayuda: cuando su sobrino va a reclamar honras fúnebres para la libertadora, le dicen que están muy ocupados con los festejos del aniversario. Sus restos fueron enterrados sin honores en una fosa común, sin séquito. Sólo la acompañó Indalesio.

Monumento a Juana

Fuente: Graciela Batticuore, Juana Azurduy, en “Mujeres Argentinas”, Editorial Alfaguara

LAS CHICAS DEL CALENDARIO

enero 29th, 2006

Las mujeres de Rylstone
Once mujeres de entre 45 y 65 años, miembros de un tradicional club inglés de señoras, el Women’s Institute, posaron desnudas para un calendario que se vendería para reunir fondos en la lucha contra la leucemia, que había matado al marido de una de ellas.

La primera vez que las mujeres se plantearon esta posibilidad, pero en tono de broma, fue en 1997. Y así quedó la idea, como un chiste, hasta que John Baker, el marido de Angela Baker, una de las señoras del club, se enfermó de leucemia en febrero de 1998.

Este hecho cambió la perspectiva de Angela y sus amigas. Querían reunir dinero para el hospital de Leeds, donde John había recibido su tratamiento contra el cáncer.
Tricia Stewart, la mejor amiga de Angela, fue la primera que habló en serio de desnudarse para un calendario. Pensó en algo audaz, pero que respetaría el espíritu del club porque incluiría escenas tradicionales. Las voluntarias posarían para las fotos junto a un arreglo floral, un tejido, una pila de conservas. Estarían desnudas pero siempre habría algo que las cubriría estratégicamente: un florero, un libro, una tetera.

Una foto
Beryl Bamforth, 66
Cuando idearon su proyecto las señoras de Rylstone pensaban juntar ocho mil libras. Terminaron reuniendo 600 mil, que donaron enteramente a la investigación contra la leucemia. «No teníamos idea de que esto iba a ser un éxito tan grande. De hecho, nos preguntábamos quién iba a comprar calendarios con fotos de nosotras», le dijo Angela Baker al Seattle Post-Intelligencer. Los resultados sobrepasaron sus sueños más atrevidos.

Calendario
El calendario se transformó en un fenómeno económico y de ventas (en Estados Unidos sobrepasaron en ventas a los calendarios de Britney Spears y Cindy Crawford) y la historia de su gestación fue llevada al cine en el año 2003.

afiche de la película
Es una pelícila inglesa que dirigió Nigel Cole (el mismo director de otra deliciosa película: “El jardín de la alegría”) y las protagonistas son, entre muchas otras, Helen Mirren y Julia Walters. En la siguiente foto, podemos ver a las protagonistas de la historia real, Angela y Tricia, junto a las actrices que las representaron.

Protagonistas
De verdad, no se la pierdan.

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