LOLA MORA
octubre 11th, 2005El texto de hoy es un poco más largo de lo que suelo poner, pero me pareció que valía la pena. A ver qué les parece…
Las diversas biografías escritas sobre esta enorme escultora argentina se contradicen y las fechas de la vida privada de la artista son ambiguas y confusas. Pero hoy podemos afirmar con certeza que por un error incomprensible el Congreso de la Nación Argentina ha instituido por ley, la fecha falsa de su nacimiento –17 de noviembre de 1866–, como el “Día Nacional del Escultor y las Artes Plásticas”, en memoria de la escultora.
Sin embargo, Dolores Mora De La Vega nació en Trancas, Tucumán. Y se la bautiza el 22 de junio de 1867, a los dos meses de vida.
En 1887, llega a la provincia su primer maestro, el pintor Santiago Falcucci, que enseña en un colegio de varones. Lola empieza a tomar clases particulares de pintura. Los rumores sobre la relación entre la joven y el pintor dan que hablar, Pero Lola pinta, dibuja, dibuja y pinta.
En 1894 la Sociedad de Beneficencia, bajo la dirección de Falcucci, organiza una exposición. La sociedad se opone a que el pintor exponga las obras de una mujer, pero él sabe que es su mejor alumna. «Todos fueron aceptados menos el trabajo de Lola Mora, que era el mejor», se quejará más tarde el maestro.
Finalmente, Lola logra imponerse con algunos paisajes, retratos y naturalezas muertas. Pero las críticas de una sociedad conservadora como era la tucumana, no le dan paz.
Falcucci le recomienda que viaje a Buenos Aires. Allí consigue una beca de dos años para perfeccionar sus estudios de pintura en Europa. Llega a Roma a los 30 años para seguir con la pintura.
En Italia estudia con Francesco Michetti, uno de los más destacados y herméticos pintores italianos. Michetti le sugiere tomar algunas clases de escultura para que perfeccionara el manejo de perspectivas y sombras en la pintura. Entonces, la cerámica y el mármol despiertan su vocación auténtica. Durante seis meses alternará la pintura con la escultura teniendo como maestro a Barbella. Éste, impactado por los rostros y torsos que su alumna modela, decide hacerle una exposición. Allí acude Julio Monteverde, el famoso escultor que no bien conoce la obra de la tucumana, ofrece convertirse en su maestro.
Se relaciona con la nobleza del mármol, el bronce, la arcilla, la cerámica, el yeso y la piedra. Cambia el pincel por los cinceles. No pintará más.
Ya como escultora, obtiene el primer premio en el “Palacio de Bellas Artes de Roma”. Meses después, gana el concurso “La Promotice” que la convierte en el primer artista no italiano que triunfa en dicho certamen. Sigue cosechando éxitos durante 1899 y, casi a fin de año, obtiene la medalla de oro en la exposición de París. Su nombre se impone en Europa. Trabaja febrilmente por encargo de familias nobles europeas y su trabajo es bien remunerado. Pero Lola desea el triunfo en su país, donde su obra escultórica aún era desconocida.
En 1900, a través de algunas notas que publican los periódicos y revistas de la época, comienza a difundirse su nombre por el Río de la Plata.
En Italia, Lola boceta la fuente que haría historia: la primera obra pública de autora femenina inaugurada en Buenos Aires.
Una mujer, latinoamericana, tucumana, escultora profesional -que vive de eso-, amiga de artistas, independiente, radicada en Italia y habitualmente rodeada de hombres: una perfecta prostituta para la ceguera intolerable del conservadurismo rioplatense. Así, mientras Europa la aplaudía, Buenos Aires escribía las cosas más ofensivas sobre ella.
Desde Filadelfia le ofrecen una importante suma de dinero por la fuente, pero la rechaza porque la quiere en su país, que apenas le había pagado la materia prima y el trabajo de sus operarios.
El 21 de mayo de 1903 se descubre en el Paseo de Julio (actual Leandro Alem) «La fuente de las Nereidas». La escultura, símbolo femenino en medio del machismo porteño.
En 1909, Lola Mora vuelve a Buenos Aires y se casa con Luis Hernández, quince años menor que ella. Viajan a Europa de luna de miel, pero al poco tiempo el matrimonio fracasa. Corre el año 1915 y Luis Hernández la engaña con otra mujer. En 1917 tras la muerte de gran maestro, Julio Monteverde, Lola Mora se despide de Roma para siempre. Y para siempre deja a su marido, bien instalado con su amante en el hogar que ella había diseñado íntegramente…
Las discusiones sobre la fuente vuelven a retumbar en Buenos Aires. Políticamente se decide el traslado. Lola decide hacerlo ella misma porque es la única que sabe desarmarla sin que se rompa en pedazos. Además, paga el traslado hasta la Costanera Sur, donde se encuentra actualmente.
Estamos en 1920, dolorida, triste y marginada, el ostracismo porteño la vence por cansancio y abandona la escultura, pero incurre en otros campos relacionados con la ingeniería y los inventos: proyecta un túnel subfluvial, trabaja la idea de un proyector cinematográfico para luz de día o eléctrica antecedente de la pantalla de televisión.
En mayo de 1935, el primer ataque cerebral la deja hemipléjica. Pasa unos meses en cama, atendida por un médico vecino y amigo de la familia.
Un día, toca la puerta Luis Hernández Otero, su marido. Quiere verla. Una de sus sobrinas le avisa y, entre balbuceos, Lola le contesta: “Tírenlo escaleras abajo.”
El 4 de junio de 1936 tiene un segundo ataque cerebral. Lucha, fiel a su historia, implacablemente, hasta el dolor de los huesos. Tres días después, el 7 de junio de 1936, la muerte apaga su última chispa de pasión.